Cuando un ser querido fallece, es muy doloroso.

Resulta difícil de entender y se pasa por un laberinto de emociones que acaba siendo agotador. Intensificas los recuerdos para que sean más vividos, te aferras al olor de su ropa y de las cosas que le pertenecieron. Es un profundo vacío donde el tiempo se para y ya nada tiene sentido.
El duelo es una reacción normal ante la pérdida de una persona importante. Es la manera que tiene la mente y el cuerpo para adaptarse a la nueva realidad.
En mi experiencia profesional, el duelo suele durar alrededor de 12 meses. La intensidad de la emoción no suele ser la misma en los primeros meses que al final. Es necesario pasar por todas las fechas significativas (cumpleaños, navidades, vacaciones…) para ayudar asumir que ya no está.
Para comprender el proceso por el que estás pasando la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler en su libro «Sobre el duelo y el dolor» explican las diferentes fases de un duelo. No significa que han de pasarse por todas ellas y que haya que vivirlas todas. E incluso puedes revivir varias veces una etapa.
Según Elisabeth, el duelo tiene cinco etapas:
Negación: nos cuesta creer que la persona ha fallecido y que en cualquier momento puede entrar por la puerta para hablarnos, o sentir que está de viaje y que pronto regresará.
Ira: sentirnos profundamente enfadados con los demás, (familiares, amigos, personal sanitario) y con uno mismo por no evitar su muerte o cuidarle mejor. Además, se puede sentir ira/enfado contra la persona fallecida por habernos abandonado. En el caso de algunas personas creyentes, enfado con Dios por no haberla protegido.
Negociación: es el momento en que haríamos todo lo posible porque la persona volviera. Estamos negociando portarnos mejor, cambiar hábitos, que todo quede en un mal sueño y nos encontremos de nuevo con nuestro ser querido.
Depresión: cuando vemos que la realidad es la que es. La persona ya no está. En este momento notamos la sensación de vacío interior. Es un vacío doloroso donde nos preguntamos para qué hacemos las cosas. No apetece hacer nada y todo se torna gris, sin sentido e inútil. Es una etapa necesaria para curarse. Parece que no se va acabar nunca, pero una vez que vives la tristeza y el vacío, el dolor empieza a mitigarse.
Aceptación: aceptamos, sin que por ello estemos de acuerdo, que nuestro ser querido ya no está. Nos damos permiso para seguir el camino sin sentimientos de culpabilidad. Aprendemos a vivir sin esa persona significativa, readaptándonos a la nueva realidad.
Se trata de llegar a un momento en que aceptas tu nueva vida sin estar a tu lado esa persona que tanto significó para ti. Enfocarte en la vida y no solo en la pérdida. Recordar sin sentirse muy removido, con ternura y aprendiendo a verlo en perspectiva.

El tiempo necesario y la manera que se viven estas etapas es diferente en cada persona. Cada uno tiene su ritmo y sus circunstancias personales. Pero cuando nos quedamos «atascados» en alguna etapa que no nos deja seguir el curso normal de la vida, es cuando hay algo que no va bien. Resulta necesario revisar que es lo que impide superar el proceso.
Quizás sentimientos de culpabilidad, incapacidad para reorganizar de nuevo la vida o no encontrar sentido a la vida. Es importante trabajar estos sentimientos y emociones para salir de ese duelo sin procesar.
Recordar que superar un duelo no es olvidar a esa persona, sino aprender a vivir sin ella.
¿Te sientes identificado con algunas de las fases? ¿Sientes que no puedes parar de recordarla, a pesar del tiempo que ha pasado y no puedes continuar con tu vida?
Te invito a que empieces un proceso terapéutico para sanar ese dolor que hay en ti.
Un abrazo fuerte.
Rebeca Rogers.
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