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¿Sueles poner un apodo o un mote a las personas?



No es tan inocente como parece.

Te explico el motivo.




 

Es muy probable que todos, en algún momento u otro de nuestra vida, hayamos tenido que soportar algún mote o apodo. En el peor de los casos, hemos sido quienes los han puesto sin pararnos a pensar el daño que podríamos estar causando a otras personas.


Es cierto que, en determinados contextos, pueden resultar útiles, ya que abrevian el nombre de alguien o resaltan algún elemento positivo de su personalidad (en películas como «Top Gun» o la serie «Battlestar Galactica» vemos que el apodo es llevado con orgullo por los personajes e incluso lo fomentan. Así se produce una rápida identificación, una simplificación al ser fácil de recordar y fomentar una pertenencia a un grupo o un carácter distintivo (en «Star Wars», uno de los escuadrones de cazas que asaltan la Estrella de la Muerte se llaman Escuadrón Rojo, siendo Luke Skywalker el miembro «Rojo 5»). También se puede considerar un mote o apodo las expresiones cariñosas que las personas que se aprecian emplean entre ellos como indicativo de su amor (distinguibles de manera fácil).

 

Pero no estamos hablando de ese tipo de motes, claro está, sino de aquellos que se usan para resaltar algo de una persona que proporciona rechazo, que la menosprecia o, de forma más directa, que se usa para causar daño anímico. Incluso cuando el apodo se usa para resaltar un aspecto positivo, es la intención de quien lo usa lo que le da el verdadero objetivo. Visto todo lo anterior, es muy común etiquetar con ciertos motes. Llamamos «Pelota» a la persona que muestra simpatía hacia los profesores, superiores jerárquicos o figuras de autoridad. «Mojigato» al hombre que rehúsa irse con una persona que no le gusta realmente o con la que no desea trato íntimo. «Cerebrito» o «Empollón» a la persona más inteligente de un grupo. «Bola», a la persona más obesa dentro de una pandilla, por muy amigos que estos sean. «Triste», a una persona más introvertida o reflexiva que no es amigo de las fiestas y los bullicios… El número es, literalmente, infinito.

 

Existe otra forma de realizar esta actividad tan perniciosa que no implica usar una palabra distintiva pero que, en esencia, tiene el mismo valor. Cuando hablamos de «la loca de mi madre/mujer», «el pesado de mi novio» o «el traumas de mi amigo» estamos realizando un movimiento análogo que realiza una función de desconexión con esa persona y, de forma paralela, de sus sentimientos. De modo que nos impide escucharla y poder comprender el motivo por el que está así. Los motes de este tipo, es una manera indirecta de rechazar aspectos del otro y no resolver los problemas de comunicación o de cualquier tipo que haya. Al despersonalizar al individuo resulta más fácil “soportar” al otro y creer tu propia mentira de que el problema sólo está en el otro. Además, ayuda a no sentirte culpable si no le dedicas tiempo o no le escuchas.

 

Como suele decirse, «lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan que de Pedro». No es muy distinto en el caso de los apodos. Aquello con lo que etiquetamos a otra persona nos está definiendo de alguna forma cuando creamos ese apodo. Más aún: los seres humanos tendemos a compartimentar y catalogar a los demás y, a toda nueva persona que llega a nuestra vida, acostumbramos a incluirla en alguno de esos compartimentos. «Fulanito es como Menganita», nos decimos. Esa simplificación ayuda a la construcción de los motes, de los apodos, de esas personalidades reducidas hasta el mínimo más absurdo y que, en la mayoría de los casos, tiene una intención poco benevolente.

  

¿Para qué la llamas así?

 

“La loca de mi mujer”, “el imbécil de mi marido”, “el torpe de mi hijo”, “la cursi de mi amiga”, “la estúpida de mi madre”, “el vago de mi hermano”, “el asqueroso de mi jefe” …


Observa si usas ese mote para alejarte de la persona o porque no sabes cómo comunicarte o ayudarla. O estás tan enfadado o decepcionado que te impide ver a la persona y conectar con tus sentimientos de una manera más sana para gestionarlos de otra forma.


Y si eres el que recibe mote o apodo a y no es de tu agrado, haz saber a tu entorno que no te gusta que te llamen así, ni en broma. Que entre broma y broma se dan licencias que a veces se rompen límites a costa del que las sufre. Esto da para escribir otro artículo.


Otra cosa como se dijo al principio es que se acepte y no te haga daño.


¿Y cómo sería bueno actuar?


Pues, para empezar, comprender que hay que tratar a las personas con empatía, respeto, consideración y reconociendo su singularidad. Somos únicos y todos queremos que se nos reconozca esto de alguna manera. Un buen método es comenzar por el nombre propio. Úsalo y no dejes de hacerlo salvo que la propia persona te lo diga y, aun cuando ese sea el caso, comprueba que realmente es de su agrado y no te lo ha permitido por una mala costumbre arraigada.

 


Da para reflexionar mucho. ¿Verdad?

 

Conmigo hay espacio para esto.

 

Un abrazo fuerte.


Rebeca Rogers.

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