Por fortuna, la civilización actual nos permite disfrutar de nuestros padres durante mucho tiempo. Al contrario que antaño, lo más habitual es que los hijos abandonen el nido y los padres entren en la tercera edad viviendo solos. Pero, con los años, los padres van necesitando cada vez más atención y cuidados. Al principio, cuando no hay deterioro cognitivo y la salud física es buena, pueden aún vivir de manera independiente en su propia casa. Pese a ello, necesitan una cierta supervisión. Por ejemplo, en algunas tareas domésticas, en la realización de alguna gestión o mediante la compañía para ir a algún lugar. Esto puede suscitar en los hijos algunas dudas.
«¿Debo pasar más tiempo con mis padres?».
«¿Le estoy quitando mucho tiempo a mi propia familia?».
«¿Me dedico suficiente tiempo a mí mismo?».
Las relaciones sanas entre padres e hijos permiten que los problemas se afronten y se resuelvan con facilidad. Sin embargo, hay muchas otras en las que no sucede de esta forma. La relación puede estar deteriorada o, directamente, ser mala debido a la historia familiar acumulada. Además, puede hacer su aparición la culpa. Cuando esto sucede, esta nueva etapa se hace aún más difícil de vivir.
«¿Cómo puedo gestionar el malestar al tiempo que mi sentido de la responsabilidad?».
«¿Cómo puedo dividir el tiempo entre las personas que más quiero y aquellos que me necesitan?».
Muchas de estas preguntas pueden surgir del miedo a que los padres experimenten una decepción al no comportarnos como el hijo perfecto que ellos esperaban. Esto conduce a emociones negativas y dilemas morales que no nos sirven de ayuda para los cuidados que necesitan de nosotros. Se trata de una lucha interna que consume energía, desestabiliza cualquier tipo de paz mental y crea una sensación constante de no estar haciendo lo correcto.
Existen elementos inmovilizadores que lastran una circunstancia que, bien llevada, puede ser enriquecedora para todos. Estos elementos son: la frustración por no estar a la altura de lo que se supone que esperan de ti, la necesidad de tomar las mejores decisiones, la eventual elección frente a la pareja y los hijos… Su número es casi infinito.
Dentro de los cuidados que nos demanden debemos hacer una selección entre aquellos que están en nuestra mano y aquellos que no lo están, de manera especial si precisan de ayuda profesional.
Por supuesto, hay que tratar las situaciones con mucha mano izquierda: se debe hacer uso de la paciencia, la serenidad y la capacidad de escucha para resolver los problemas con la mayor tranquilidad posible. Esta serenidad incluye renunciar a ser el hijo que los padres querían. De igual manera, debemos renunciar a que los padres sean de la manera en la que a nosotros nos gustaría.
Por último, esta situación exige compartir el cuidado entre todos los miembros de la familia sin olvidar el autocuidado. Un hijo sano, física y mentalmente, será capaz de ayudar y contribuir a que sus padres estén atendidos de la mejor forma posible, sin cargas adicionales. Tan importante como la salud de los cuidados es la de los cuidadores.
Como has podido ver, se trata de una situación vital que puede llegar a ser difícil. Para ayudarte a que sea lo más llevadero y amable posible te indico lo siguiente:
Debes negociar tanto contigo mismo como con tu entorno. Contigo, hasta donde puedas llegar. Con el entorno, pidiendo lo que necesites. Con tus padres, sabiendo lo que pueden esperar de ti.
Aprende a renunciar a tu deseo de llegar a todo, de conseguirlo todo. Comprende que es normal y bueno pedir ayuda.
No esperes que tus padres comprendan tus decisiones, no siempre ocurrirá. Aprende a reconciliarte con ellos en tu fuero interno y así liberarte de aquellas emociones o sentimientos que te impiden un mayor acercamiento y una relación más positiva.
Sería bueno que aprendas a comunicarte con ellos desde su posición, desde su momento actual, desde su realidad, no desde aquella en la que a ti te gustaría que estuviesen porque eso es casi imposible de conseguir.
Disfruta de tu vida sin sentimientos de culpabilidad. Focalízate en el momento presente. Cuando estés ayudando a tus padres, céntrate en ello y procura pasar ratos agradables. Después, cuando estés en otros momentos diferentes trata de vivirlos con plenitud.
Redescubre e incluye a tus padres en tu vida. Disfrútalos, no son eternos.
Aquí y ahora lo estás haciendo lo mejor que sabes y puedes.
Soy consciente de que hay muchos matices en todo esto. No he incluido las situaciones adicionales que pueden darse con otros miembros de la familia (tengo mala relación con mis hermanos, o tengo poco trato con mis tíos, el hecho de que sólo haya un progenitor…). Y es que la intención es ayudarte a reflexionar y mejorar tu situación, en caso de que tus padres (o uno de ellos) necesiten ayuda. En otro artículo hablaré sobre cómo se podría mejorar la comunicación cuando se convive con los padres y/o tienen algún deterioro cognitivo.
¿Cómo te sientes después de leer todo esto?
¿Necesitas un espacio para reflexionar?
Te escucho.
Un abrazo, Rebeca Rogers
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